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Zadkiel05/11/04, 09:59:17
En Nueva York un niño estaba parado descalzo, frente a una tienda de zapatos
apuntando a través de la ventana y temblando de frío.
Una señora se acercó al niño y le dijo:
"Mi pequeño amigo ¿qué estás mirando con tanto interés en esa ventana?".
La respuesta del niño fue:
"Le estaba pidiendo a Dios que me diera un par de zapatos".
La señora lo tomó de la mano y lo llevó adentro de la tienda, le pidió al
empleado que le diera 6 de pares de calcetines para el niño.
Después la Señora preguntó si podría prestarle una palangana con agua y una
toalla, el empleado rápidamente le trajo lo que pidió, la señora se llevó al
niño a la parte trasera de la tienda, se quitó los guantes, le lavó los pies al
niño y se los secó con la toalla, el empleado llegó con los calcetines, la
señora le puso un par de ellos al niño y le compró un par de zapatos. Juntó el
resto de los calcetines y se los dió al niño.
Ella acarició al niño en la cabeza y le dijo: "¡No hay duda pequeño amigo que te
sientes más cómodo ahora!" Mientras ella daba la vuelta para marcharse, el niño
la alcanzó, la tomó de la mano y mirándola con lágrimas en los ojos le preguntó:
"¿Es usted la esposa de Dios?"
ramos la única familia en el restaurante con un niño.
Yo senté a Daniel en una silla para niño y me di
cuenta que todos estaban tranquilos comiendo y
charlando.
De repente, Daniel pegó un grito con ansia y dijo,
"Hola amigo!" Golpeando la mesa con sus gorditas manos.
Sus ojos estaban bien abiertos por la admiración y su
boca mostraba la falta de dientes en su encía.
Con mucho regocijo él se reía y se retorcía. Yo miré
alrededor y vi la razón de su regocijo.
Era un hombre andrajoso con un abrigo en su hombro;
sucio, grasoso y roto.
Sus pantalones eran anchos y con el cierre abierto
hasta la mitad sus dedos se asomaban a través de lo
que fueron unos zapatos.
Su camisa estaba sucia y su cabello no había recibido
una peinilla por largo tiempo. Sus patillas eran cortas y muy
poquitas y su nariz Tenía tantas venitas que parecía un mapa.
Estabamos un poco lejos de él para saber si olía, pero
seguro que olía mal.
Sus manos comenzaron a menearse para saludar. "Hola
bebito, como estas muchachón," le dijo el hombre a Daniel.
Mi esposa y yo nos miramos, "Que hacemos?" Daniel
continuó riéndose y contestó, "Hola, hola amigo."
Todos en el restaurante nos miraron y luego miraron al
pordiosero.
El viejo sucio estaba incomodando a nuestro hermoso
hijo. Nos trajeron nuestra comida y el hombre comenzó
a hablarle a nuestro hijo como un bebe. Nadie creía que
era simpático lo que el hombre estaba haciendo.
Obviamente él estaba borracho.
Mi esposa y yo estabamos avergonzados.
Comimos en silencio; menos Daniel que estaba super inquieto
y mostrando todo su repertorio al pordiosero,quien le contestaba
con sus niñadas.
Finalmente terminamos de comer y nos dirigimos hacia
la puerta. Mi esposa fue a pagar la cuenta y le dije que nos
encontraríamos en el estacionamiento.
El viejo se encontraba muy cerca de la puerta de salida.
"Dios mío, ayúdame a salir de aquí antes de que este
loco le hable a Daniel." Dije orando, mientras caminaba
cercano al hombre. Le di un poco la espalda tratando de salir sin
respirar ni un oquito del aire que él pudiera estar respirando.
Mientras yo hacía esto, Daniel se volvió rápidamente
en dirección hacia donde estaba el viejo y puso sus
brazos en posición de; "cárgame." Antes de que yo se lo
impidiera, Daniel se abalanzó desde mis brazos
hacia los brazos del hombre.
Rápidamente el muy oloroso viejo y el joven niño
consumaron su relación amorosa.
Daniel en un acto de total confianza, amor y sumisión
recargó su cabeza sobre el hombro del pordiosero.
El hombre cerró sus ojos y pude ver lágrimas corriendo por sus
mejillas. Sus viejas y maltratadas manos llenas de cicatrices,
dolor y duro trabajo, suave, muy suavemente, acariciaban l
a espalda de Daniel. Nunca dos seres se habían amado tan
profundamente en tan poco tiempo. Yo me detuve aterrado.
El viejo hombre se meció con Daniel en sus brazos por un momento,
luego abrió sus ojos y me miró directamente a los míos.
Me dijo en voz fuerte y segura, "Usted cuide a este niño."
De alguna manera le conteste "Así lo haré" con un inmenso nudo
en mi garganta. El separó a Daniel de su pecho, lentamente,
como si tuviera un dolor. Recibí a mi niño, y el viejo hombre me
dijo:
"Dios le bendiga, señor. Usted me ha dado un hermoso regalo."
No pude decir mas que un entrecortado gracias. Con Daniel
en mis brazos, caminé rapidamente hacia el carro.
Mi esposa se preguntaba